Cuento de Invierno

Aisha siente vértigo. Huye desde el pueblo –donde todos conocían al novio que la dejó– hasta la ciudad. Las rutinas que consigue establecer allí apenas alivian su acrofobia. Huye a las colonias y encuentra a un compañero con el que puede sentarse en un desvencijado sillón a contemplar un negro mar en el que llega a descubrir matices, sin añorar el lugar gris del que procede. Y con el vértigo, sin duda, alojado en sus entrañas. Una secuencia que podrían haber firmado Cortázar, Scorza o Saramago. Pero no sucede en París, o en una desesperada sierra andina, sino en Calghar y las...


























































